Me abrieron esa puerta. Yo no tenía idea a dónde me invitaban pero todos sonreían. ¡Eran poetas! ¿Y qué recordaba yo de poesía? Mentalmente fui recavando, saqué sobresaliente, algo debía encontrar por ahí perdido en un rincón polvoriento de mi cerebro: sinalefas, se sumaba, se restaba...¿cuándo era eso? ¿De veras me dieron el sobresaliente? Pues no lo merecía tanto, caramba.
Sonreía a todos mientras me ubicaba, y un señor me entregó una flor roja. También dos mujeres guapísimas me sonreían, una de ellas, la morena, me dio un fuerte abrazo y por su mirada supe que seríamos amigas toda la vida. Otro hombre muy serio casi sin mirarme me dio un sobre blanco y cerrado.
Me acomodé agradablemente. Iba todos los días. Nunca dejé de asistir.
Cada vez que coincidíamos disimuladamente nos pasábamos el mismo sobre, pero dentro había informaciones distintas. Nuestras vidas iban relatadas con minuciosidad. No era un espía. No era un amante. Empezaríamos a contarnos nuestras vidas y terminaríamos apoyándonos como nadie lo habría hecho por nosotros. Completos desconocidos que se empezaron a querer a través de las letras.
Carolina Torrecilla García, escrito en Málaga a 30 de julio de 2010.
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