Esta es una extraña historia y un tanto triste, aunque no su final afortunadamente.
Un hombre anciano recordaba con nostalgia a su difunta
esposa.
Se sentía muy solo, puesto que su único hijo, se hallaba
preso en la cárcel.
Los años torturaban su esqueleto y apenas se podía mover.
Envuelto en melancolía comenzó a escribir a su hijo, la
escritura era su único entretenimiento.
Hijo mío, triste me hayo en la prisión de estos huesos
torturados por la edad, bien quisiera dedicar mi tiempo al jardín que tanto amaba
tu madre, bien quisiera ver brotar las flores que su sonrisa alimentaban, y si
bien pudiera la tierra removería, pero mis huesos…
Su hijo desde el presidio le contestó:
Padre. Jamás se ha de remover la tierra de ese jardín, preso
estoy por las vidas que segué, a las almas a cuyos cuerpos allí les di sepultura.
La tierra del jardín fue removida a conciencia, pero no hallaron lo que buscaban aquellos que violaron la
carta.
Las flores volvieron a brotar al igual que la sonrisa del padre que
supo que su hijo hizo todo lo que podía hacer tras las rejas que lo apresaban.