Nadie está solo.
El anacoreta se engaña a si mismo pensando en ello.
El peregrino camina en busca de una meta.
Sentirá la soledad, y creerá que le conforta, pero siempre hay una presencia que le guía y le da compañía, aunque él la ignore.
Se echa en falta el ser querido, la mano que te apoye, la voz que te aliente. Pero está ahí, abre tu corazón y lo veras.
En un alma cerrada no entra la verdad.
Recorremos el camino de la vida, buscando indicaciones, y el sendero por otro andado.
Obviando que son nuestros pasos los que nos hacen avanzar.
No se deben desdeñar los consejos, tampoco se deben seguir todos.
Tenemos criterio propio, y éste es el que cuenta.
Unidos llegamos a los más increíbles logros.
Pero si perdemos la identidad, no somos nada.
Nuestra magia consiste en relacionarnos manteniendo la singularidad.
Lo mismo que nos engrandece nos hace insignificantes, esta es la paradoja del ser humano.
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